Where is my mind?

Tuesday, March 07, 2006

Reencuentro

Pat: Hola Blog!

Blog: Hola Pat! Como estas?

Pat: Bien Blog, dándome una vueltecita por aqui.

Blog: Que bueno!! Que milagro!! ya me tenías muy abandonado. Y a qué se debe que te hayas acordado de mi?

Pat: A que me llegan muchos comentarios pidiendo que te de una renovadita y escriba más.

Blog: Ah muy bien, y sobre qué vas a escribir?

Pat: no lo se, tienes alguna sugerencia?

Blog: no, ninguna.

Pat: Ah bueno, cuando se te ocurra algo me avisas.

Blog: está bien.

Pat: Ya me voy.

Blog: Adios Pat.

Pat: Hasta luego Blog.

Wednesday, May 04, 2005

De la playa a las montañas


La salida se estableció a las 2 de la tarde. Después de algunos retrasos y paradas estratégicas para comprar el mejor de los shampoos, salimos a San Sebastián. En el carro íbamos, Fanny, Vivi y yo. El calor ya empezó en Vallarta y según dicen es sólo el principio, así que más vale que ahora sí me acostumbre de lo contrario me esperan 6 meses de sufrir, detesto el calor…

El camino fue divertido, y las expectativas eran grandes. San Sebastián… desde hacía ya mucho tiempo había escuchado hablar de este pueblito, entre los cerros, aislado, conservando ese “algo” que muchos otros lugares ya perdieron. En el recorrido no fue difícil adivinar la razón por la cual se ha conservado así: el camino. A pesar de que nos tocó “estrenar” algunos tramos de la nueva carretera, aun tuvimos que transitar por algunos tramos del antiguo camino, de un solo carril, apenas pavimentado, estrecho y a un costado un precipicio. Por si esto fuera poco, dicen que no llevaba mucho tiempo pavimentado y que antes era de tierra por lo que había temporadas en que era prácticamente imposible transitarlo.

Me llamó mucho la atención observar los tramos de la carretera que nos tocó utilizar por primera vez. Los cerros partidos, con sus altas paredes mostrando amenazadoras rocas que parecieran en cualquier momento querer vengar el que los hayan dejado con sus entrañas descubiertas y aplastar a cualquier vehículo que se atreva a pasar por ahí. Las líneas de la tierra, sus capas y colores, ocres, naranjas, terracota se mezclaban y enmarcado todo con los cafés y verdes pálidos del bosque. Es tiempo de secas así que el bosque no está tan verde como pudiera. Al contrario, se ve todo seco, no puedo evitar pensar en que una chispa puede acabar con todo eso.

Conforme subimos del nivel del mar a las montañas todo va cambiando, la temperatura, el color de la tierra, la vegetación. Las palmeras cada vez mas escasas van dejando el lugar a otro tipo de árboles y ya al final, cerca de llegar, a mis viejos amigos los pinos. Me esperaba que estuviéramos a más altura, pero San Sebastián está solo a 1600 metros sobre el nivel del mar, por lo que se encuentra justo al principio del bosque, pero también permite que haya otro tipo de vegetación de climas más cálidos.

Alrededor de las 5 de la tarde nos recibió San Sebastián, con sus empedradas y desiertas calles. Tenía ya mucho tiempo que no escuchaba el silencio. Por qué en las montañas todo es más tranquilo? De pronto fue como si me trasladara a otro lugar y otro tiempo, cuando pinos y montañas eran cosa de todos los días. La primera sorpresa agradable fue al entrar al pequeño hotel. El olor a madera era lo primero que uno percibía. Ese olor a madera de cabaña, olor a frío, olor a ganas de tener a alguien a quien abrazar y pasar la noche así, abrazados, ese olor que siempre me ha encantado. Tras aspirar un poco más ese aroma asignamos las habitaciones y salimos a dar una caminata por el pueblo.

Las calles empedradas no difieren mucho de las de Vallarta, pero aquí están cansadas de tanto ruido y movimiento nocturno. En San Sebastián las piedras se duermen junto con el sol, al anochecer solo son testigos del movimiento de las estrellas y los cantos nocturnos de alguno que otro animal. Por esas piedras tan viejas como el pueblo sin embargo no pasa casi nadie. En toda la caminata que dimos por las calles del pueblo no nos cruzamos con nadie. Al ir avanzando solo escuchábamos ocasionales conversaciones, desde los patios de las casas o el radio encendido en alguna habitación, pero prácticamente las únicas personas que vimos fueron niños jugando en la plaza u otros turistas que, como nosotros, disfrutaban de la calma. Me agradó mucho notar que a pesar de lo escondido que está, San Sebastián se conserva bien cuidado. Todas sus paredes pintadas de blanco y rojo, tratando de recordar sus viejos tiempos de esplendor cuando se mantuvo y fue famoso por lo que guardaban las entrañas de las montañas vecinas, ahora ya vacías y abandonadas.

La tarde caía y el viento se escuchaba en las copas de los árboles. Era hora de ir al festejo. La comida de cumpleaños de la mamá de Jarha fue muy agradable. Una mesa larga en el único “salón” del pueblo, un viejo patio vacío, como el resto del pueblo, con todas las señales de anteriormente haber sido una cantina pero que nos brindaba una vista muy buena de los cerros y la torre de la iglesia.

Después de una buena comida y una mejor convivencia, propuse ir a la plaza. Tenía ganas de probar el café de San Sebastián y ver el movimiento de la plaza. Era sábado en la noche y sin embargo ni así había gente en las calles, sí un poco más que en la caminata previa pero a las 10:30 de la noche ya es muy tarde en ese pueblo. El único café del pueblo ya estaba cerrando y nos costó un poco de trabajo convencer al dueño de que nos vendiera un pequeño café, eso si, para llevar.

Al ver que la noche en las calles no prometía mucho, decidimos pasar el resto de la velada jugando cartas, mismas que batallamos para conseguir en las escasamente surtidas tiendas del pueblo. Una última mirada a las estrellas, que hay que admitirlo, allá se pueden admirar mejor y enseguida al hotel, a jugar cartas y a dormir.

Siempre es diferente despertar en una cabaña. La luz de las montañas resplandece de una manera especial, como que las ventanas no le bastan y se esfuerza por entrar por cualquier espacio que pueda existir entre las tablas de techos y paredes. Aunque no haya puertas ni ventanas de alguna manera siempre hay luz.

Nos arreglamos y fuimos a buscar algo de desayunar. Como era de esperarse, en un lugar con de 600 habitantes, sólo hay un restaurant. Nos dirigimos ahí y el desayuno dejó algo que desear, en fin, al haber solo una opción es por fuerza la mejor. De regreso al hotel descubrimos nuevas calles solitarias, pequeñas explanadas desiertas y nuevas casas desde las cuales, los habitantes siempre nos miraban con curiosidad y recelo. Los inconfundibles turistas que vienen a mantener un poquito la escasa economía del lugar, pero al mismo tiempo vienen a alterar la ancestral y añorada calma de éste pueblo.

Dicen que el otro punto obligado a visitar es el cerro de la Bufa. Dicen que se ve todo el pueblo y que inclusive se ve hasta el mar. Dicen… Por desgracia no tuve la oportunidad de ir. El camino es malo y nuestro transporte no era el más indicado. Habrá que volver.

El regreso fue cansado, hacía calor y la parte de terracería obligaba a tener los cristales cerrados.
Al llegar a Vallarta no pude evitar pensar que me encantó el viaje, pero es muy extraño estar en un mismo día en las montañas y en la playa.

Saturday, April 23, 2005

Atardecer

Ayer al salir de la oficina, frente a mi estaba el sol en uno de los atardeceres mas hermosos que he visto. Sin nubes rojas ni ningún otro adorno, sólo el sol. Descendiendo en el mar lentamente. Uno de mis secretos es que yo me alimento de atardeceres. En cuanto hicimos contacto visual el sol me llamó, tenía que verlo de más cerca. Caminé buscando una entrada hacia la playa mientras el sol inexorable se escondía. Malditos sean los que ponen rejas en las playas!!! Cuando por fin encontre un punto desde el cual podia verlo, éste ya se había ido, pero justo antes de amanecer en el otro extremo del mundo, con su ultimo rayo se alcanzó a despedir de mi: "nos vemos mañana" dijo. Yo se que él habrá de cumplir. Ojalá mañana no hay una reja...

Friday, April 22, 2005

Robo

Me han robado mis letras. Desde hace tiempo que no las encontraba y yo creí que estaban guardadas pero no…
Fue cuando las quise sacar y vi que cada vez quedaban menos, día con día iban disminuyendo. Y que soy yo sin mis letras? Esperaron tanto tiempo para salir, para multiplicarse y crear nuevas historias y ahora que les quiero abrir la puerta ya no están. Me las han robado.

Lo peor de todo es que yo mismo he sido cómplice del robo. Yo lo he permitido. Al dejar que solo salgan los “reciba un cordial saludo”, los “quedo a sus amables ordenes” y demás ejemplos tan fríos, tan falsos, tan muertos… Esas frases se han llevado lo mejor de mis letras y me están dejando sin nada, sin el alimento de las emociones, de las imágenes y los mensajes que en todo momento me transmite el exterior. Mis oídos se han cerrado y ya no escuchan ni el silencio, mis manos están frías y mis ojos se pierden, cegados poco a poco por un cruel e implacable monitor.

Quiero recuperar mis letras, porque en su lugar se están instalando sólo números, cifras que no sienten, que no expresan nada, representadas en relojes y estados de cuenta. Cifras que encandilan y pueden volverse el centro de toda una existencia. Siempre están lejanas, nadie las alcanza, nadie las puede tener, siempre se escapan y por mas que se acumulen, cuando se espera obtener algo de ellas siempre dan la espalda, insuficientes en todo momento.

En cambio, mis letras están vivas, después de la batalla con los números quedaron pocas pero decididas e multiplicarse nuevamente y retomar el lugar que les pertenece. Decididas a volver a crear, a compartir esa vida que poseen y generar vida nueva. Saben que la batalla nunca habrá de terminar y la única forma en que no las robarán de nuevo es no almacenándolas.

La verdadera lucha contra el ladrón apenas comienza…

Tuesday, March 22, 2005

Africa en Vallarta

Fue cumpleaños del Rica.

Yo fui de los primeros en llegar y me tocó desde ayudar a preparar la comida. Sobre la barra se repartían los ingredientes, todos picados. Jitomates, chiles, cebollas, pepinos, limones, pescado y camarones que habrían luego de mezclarse en uno de los mejores ceviches que he probado.
Como en la invitación me lo había recomendado, llegué con el mejor regalo, un carton de cervezas heladas. Nada mejor para uno de los dias mas soleados que me ha tocado pasar en Puerto Vallarta.
Terminamos de cocinar y solo faltaba que el ceviche reposara para que quedara a punto y se impregnara bien de toda la mezcla de sabores. El sol de las 2 de la tarde se quedaba afuera de la casa mientras adentro el ventilador refrescaba el ambiente junto con las primeras rondas de cerveza que refrescaban los espíritus.
Si algo he tenido la suerte de experimentar en Vallarta es conocer en muy poco tiempo a tanta gente. Cada uno de los invitados al llegar se presentaba y platicaba como si todos fuéramos ya conocidos. Aquellos que ya había visto un par de veces me saludaban como a un amigo de toda la vida. Será el clima playero? será que todos estamos solos y lejos de nuestros hogares y buscamos a nuestros similares, a alguien que entienda tambien la situación en que estamos, la independencia con sus ventajas y sinsabores? No tengo la respuesta pero ahi se sentía un ambiente de familia, de compañerismo, de solidaridad. Pero sobre todo de alegría, tal vez el único vínculo real entre todos fuera el Rica, nuestro amigo, pero al parecer toda la tarde hubo algo que a todos nos mantuvo en un mismo vínculo.
Tardé un poco en descubrirlo pero poco a poco me fue quedando claro, era la música. Al principio, cuando llegué, resonaba estridente la música de banda. Al ritmo de tamboras y trompetas e historias de grandes desamores, de venganzas y de orgullos heridos se fue forjando el ambiente de la tarde.

Por fin llegó la hora de la comida. Los estómagos hambrientos quedaron saciados hasta el límite, los paladares satisfechos no paraban en elogios. De verdad que el ceviche fue un manjar.

La plática siguió, las aventuras y anécdotas, el hielo derretido desde hacía ya mucho. El ambiente ahora lo llevaba la música en ritmos de Salsa. Las rodillas iban calentando, todo el cuerpo no podía estar quieto, era imposible permanecer inmóvil despues de escuchar los ritmos caribeños.

Las primeras parejas se apoderaron del comedor ahora convertido en pista de baile. Fue el momento que los bailarines, los verdaderos profesionales, estaban esperando. Dieron toda una cátedra de sensualidad en su baile. Todo el calor del sol transmitido a la sangre por medio de la música. Las caderas se quebraban, los cuerpos sudaban, las miradas fijas en la pareja. Bailando como indudablemente Dios manda. A cada giro más contacto, a cada paso seduciendo un poco más a la persona que tenían enfrente y al resto de los que los observábamos, aquel par de cuerpos perfectos en sincronía, mediante los cuales todos los demás participabamos en su danza. Cuando termiaron, entre los aplausos (y las envidias claro, por no bailar igual) de los demás, ya no hubo quien quisiera seguir bailando, la exhibición fue tremenda y nadie de los presentes la hubiera podido superar.

La música siguió llenando las paredes blancas con rojo de la casa. Las máscaras colgadas de las paredes observaban inmóviles mientras las figuras danzantes pintadas en los sillones parecían en realidad moverse. Ahora, la música fue en una lenta transición de la salsa a las percusiones, pasando por ritmos de reggae y ska. Fue cuando llegó el culmen de la tarde. La hora en que los músicos, lidereados por el festejado, demostraran de lo que son capaces. Antes de que empezaran a tocar, todos estabámos dispersos, no pasaron ni 30 segundos cuando todos estábamos a su alrededor, pendientes de cada uno de los sonidos que con manos expertas extraían a sus tambores. La cadencia fue entonces lo que dominó la fiesta. 9 tambores tocando al mismo tiempo, cada uno a ritmo diferente pero creando un conjunto tal que era imposible definir el sonido de cada uno. Djembes, congas y djun-djuns dominaron los cuerpos y mentes de los presentes. A esa hora los vapores del alcohol habian hecho tambien ya lo propio. El atardecer vallartense se confundio con el africano. Con cada nota, con cada canto, con cada movimiento de las manos, con cada sonido, con cada gesto y gota de sudor todos los presentes participamos en la creación de la atmósfera, ya fuera tocando instrumentos, con las palmas de las manos, o simplemente siguiendo el ritmo con el cuerpo. No es dificil entender cómo hay quienes entran en trance al escuchar los tambores. Todos ahi, en mayor o menor grado, lo hicimos al disfrutar del arte y del talento de tan impresionantes músicos.

Asi transcurrieron las horas. Entre diferentes rondas de música, de inagotable cerveza, de historias compartidas o por compartir. Pocas fiestas tan agradables. Felicidades y gracias de nuevo al buen Rica.

Saturday, March 05, 2005

La casa en la playa


Otra vez en la casa de la playa. Hacía calor y eso le gustaba mucho. Así lo dejaban estar sólo con su pañal y nada más. Adiós a las cobijas, los abrigos y sobre todo a los gorros. Cómo odiaba a los gorros, pero aquí no hacía falta nada de eso.

El calor hacía que el piso estuviera tibio así que también por eso le gustaba venir a la playa. Ya hace un par de meses que había aprendido a caminar pero aquí disfrutaba mucho el volver a darse permiso de gatear. Adoraba el piso terso y cálido bajo sus manos. Claro, al salir a la playa todo era diferente, y en la arena no le gustaba gatear. Sólo le gustaba estar sentado, agarrar un poco de arena con ámbas manos y apretarla, para luego aplaudir hasta que no quedaba ningún granito entre sus dedos. Se preguntaba por qué los aplausos con arena no suenan.

La tarde empezaba. Papá y mamá acababan de comer y ahora dormían la siesta. Pocas veces lo dejaban solo, pero en el mar siempre se relajaban un poco más y al parecer la comida había sido abundante, por lo que, sin darse cuenta ni tener tiempo de decidir quien cuidaría de él, cayeron en un profundo sueño, arrullados por el lejano sonido de las olas.

El ya había dormido hoy toda la mañana. Despertó de buen humor así que decidió darle gusto a papá y mamá diciendo una palabra. Siempre que lo decía algo le hacían una gran fiesta de besos y abrazos. En realidad sabía ya muchas palabras pero para qué utilizarlas todas de una sóla vez? Prefería guardarlas para las ocasiones en que quisiera ser consentido de manera especial.

Tenía toda la casa para explorar. Sólo era una recámara y cocina, pero para él era enorme. Hacía tanto de la última vez que habían venido que no recordaba muy bien los detalles y habría que redescubrirlos. En realidad habían venido hace un par de meses, pero a su corta edad 2 meses eran toda una vida.

Lo primero fue ir a los cuadros de luz que entraban por las ventanas. Aun no comprendía el juego de luces y sombras ni por qué podían tomar tan variadas formas. Sentado junto a la luz que entraba jugó un momento a golpear el piso con su mano y ver cómo adentro de ese extraño cuadro su mano se iluminaba; con la palmada siguiente, fuera del cuadro, se veía obscura.

Siguió buscando y encontró una fila de bichitos, que pegados a la pared transportaban su variada carga de hojitas, ramas y migajas. Le gustaban mucho esos bichitos, le llamaba la atención cómo siempre se movían. En general le fascinaban casi todos esos pequeños seres con varias patitas, siempre inquietos. Lo que nadie sabía es que alguna vez hasta se había comido uno, pero más grande y de otro color. No le gustó el sabor y aprendió que no son para comer, nada mas para verlos y jugar con ellos. Aquella vez mamá no comprendía por qué tenía aquella expresión de asco, y cuando llegó la papilla de vegetales, que estaba muy lejos de ser su favorita, la devoró. Lo malo fue que mamá pensó que de pronto ya le gustaba y a partir de entonces fue más común ese platillo.

La fila seguía interminable así que de pronto resultó aburrida. Además todavía quedaba mucho por explorar. Vio la puerta con mosquitero y detrás de ella la inmensidad del mar con la playa al borde. La imagen era tentadora pero entonces recordó lo mala que era esa puerta que con su resorte se cerraba sola y una vez machucó sus deditos. Era mejor evitarla. Siguió entonces hacia la cocina.

Con sus blancas paredes y la luz de la tarde llenándola toda, era su área favorita de la casa. Inclusive le gustaba mas dormir ahi que en la recámara, el piso aqui siempre era mas calientito y el viento corría mejor. Lo observó todo, lo malo de la cocina es que todo quedaba muy arriba asi que se concentró en el piso. Fue cuando vio a otro bichito, nunca había visto uno similar. Avanzando lo más rápido que pudo con sus manos y rodillas sonriéndole a su nuevo amigo, tratando de tranquilizarlo con su risa, esperando que el bichito entendiera que no se lo iba a comer. El bichito pareció entender pues se quedó completamente quieto. Este detalle lo interpretó como un saludo, pues si el bichito no quisiera jugar con él rápido hubiera movido sus patitas para esconderse. Con pequeños gritos demostraba su alegría, pocas veces le había emocionado tanto descubrir algo nuevo. Pero fue entonces que sucedió lo inevitable, al tratar de tomar a su nuevo amigo para luego aventarlo y tomarlo nuevamente, pues no conocia otra manera de jugar.

Al momento del piquete el dolor fue intenso e inmediato. El grito no se hizo esperar. Jamás había sentido algo similar ni entendía por qué. Su alarido despertó a mamá y papá que al verlo sumaron también sus gritos. El bichito desapareció bajo la suela de papá mientras el dolor y el llanto continuaban y crecían. Sin entender nada su garganta se fue cerrando y su cuerpecito perdió el control hasta quedar inerte. De nada sirvieron sus gritos ni los brazos siempre protectores de mamá. Y mientras todo esto sucedía lo último que pensó es que no podía comprender como ese bichito, a quien el consideró su amigo hasta tal punto que no se lo comió, pudo llegar a ser tan malo.

Friday, March 04, 2005

Viajando con el viento

Ayer mientras caminaba a mi departamento, vi una bolsa de plástico tirada en medio de la avenida. Al principio sólo la consideré una bolsa más, contaminando las calles de Vallarta. Pero entonces pasó veloz un auto y el viento que dejó tras de sí hizo que la bolsa avanzara unos metros. Lo más extraño es que seguían pasando los vehículos y la bolsa avanzaba cada vez más, pero manteniéndose siempre en el centro de la avenida. Fue ahí donde la entendí un poco y no pude evitar sonreir al pensar "igual que yo, ella tambien está viajando con el viento". Al final de cuentas cada quien tiene sus métodos para transportarse. Fue en ese momento cuando tuve que doblar la esquina y me desepdí de la bolsa, no sin antes desearle un buen viaje.